jueves, 6 de septiembre de 2012

Crónicas de Viaje - En buseta de Montserrat a Zipa

Bogotá, ciudad alegre, cosmopolita, de calles y avenidas anchas, tráfico endemoniado, edificios y casas de ladrillo visto, grandes centros comerciales y con gente muy amable siempre dispuesta a ayudar.
Domingo en la mañana, qué hacer?  Pues ahí les va una buena alternativa que de paso sirve para conocer gran parte de la ciudad.
La idea original era tomar una buseta (autobus pequeño) en la avenida séptima hacia el sur, pero la Ciclo-Vía había cerrado la avenida en sentido norte-sur y tuve que regresar a la calle 82 a esperar "colectivo". Mejor así, ya que al probar todos los medios de transporte que dispone una ciudad se conoce mejor a la gente y sus costumbres.
En el C.C. Andino, en la 82 con 11, me subí a un destartalado bus conducido por un veterano cascarrabias, con destino al centro. "Germania" era la palabra clave, o mejor dicho, eso debía distinguirse en el parabrisas del bus para así poder llegar al paradero sin perderse.
Los fines de semana no hay mucha demanda de pasajeros y los viejos buses que hacen de colectivos (igualito que los populares de Quito) pasan vacíos, también hay "ejecutivos", pero por conocer me trepé en el colectivo que cuesta 1000 pesitos (Algo así como 0,50 centavos de dólar). Luego de unos 20 minutos
de recorrido, se llega a una parada cerca del centro de la ciudad y como ya no quedaba nadie en el bus me
bajé con la esperanza de no estar tan lejos. Al bajar me recibió una caravana de autos clásicos minutos
antes de empezar su recorrido, que como a buen turista – paisano que soyv-, hizo que tome la típica foto y
formule la pregunta respectiva para despejar dudas: 
- "Buenos días, disculpe señor, cómo llego a  Montserrat?"
La respuesta confirmó mi sospecha de que no estaba perdido, solamente crucé la calle y aceleré el paso para avanzar por la cuesta del eje-vial. 
Bogotá, Autos Clásicos frente al Eje Vial
Este camino está flanqueado de  vendedores ambulantes que hacen de las suyas vendiendo dulces, frutas,
recuerdos y artesanías de todo tipo. Por fin llegué al embarcadero del teleférico, donde me esperaba el "chino" Alexander quien iba a fungir de guía turístico esta vez.
- Que hubo "chino"?
- Tons que, al fin llega?
- La Ciclo-Vía cerró la avenida séptima y me atrasé un chance.
- Fresco chino, camine a comprar las boletas.
Como era temprano, no había mucha gente en las boleterías, por una misma tarifa se puede escoger si subir en teleférico y bajar en funicular o viceversa. Subimos en funicular que es como un pequeño tren, tiene rieles
sobre la montaña, por donde circulan un par de vagones en cuyo interior la gente va "cómodamente" de pie. El paseíto dura unos 5 minutos, subiendo unos 600 metros por la ladera del cerro.
Una vez arriba, uno se encuentra con el terminal de los dos artilugios que suben y bajan gente, junto a éste un pequeño bar con lo básico (refrescos, agua, gaseosas y cosas de picar).
Bogotá - Terminal del teleférico y mirador en Montserrat.
(Al fondo la virgen de Guadalupe)
Desde el terminal empieza un camino empedrado con las 14 estaciones del Vía Crucis, y en cada una hay una estatua o inscripción que las recuerda; el camino termina en una iglesia (que estaba repleta de fieles y justo en plena misa). Al lado de la iglesia hay un par de tiendas de souvenirs, miradores y otro camino empedrado hacia la cima del cerro que está cercado de tiendas de artesanías y kioscos de comida típica, donde uno puede degustar arepas, arequipes, tamales, gallina a la brasa, lechona, fritanga y mil delicias más de la gastronomía popular colombiana... para hacerle justicia al lugar nos bastó con un par de arepas y una Pony Malta helada.
Bogotá - Mercadito de comidas típicas en Montserrat
Hay un par de miradores desde los cuales se puede observar el sur, centro y parte del norte de la gran
planicie en donde se asienta la urbe. A pesar de ser domingo, se puede distinguir como el smog y la
contaminación cubren con una delgada capa el cielo bogotano.

Bogotá - En el mirador de Montserrat.
Hora de bajar, esta vez lo hicimos en el teleférico (mucho más antiguo que el de Quito) y en el que por la cantidad de gente que va de pie y porque se ven los cables de donde cuelga el vagoncillo, se siente un poco de temor de que suceda "algo" o la tipica sensación de vacío, pero superado el repentino miedo, el aparato baja despacio y llega a destino seguro.
El siguiente destino en itinerario, la Catedral de Sal de Zipaquirá, para ésto confío ciegamente en la ruta que tiene programada Alexander y empezamos el viaje.
De Montserrat, por el mismo eje vial bajamos a "pata" hasta una parada de TransMilenio, subimos en uno de los modernos buses articulados (cómodo cuando se puede ir sentado), avanzamos algunas paradas en el
centro de Bogotá y bajamos para hacer trasbordo, tomando otra ruta hacia el norte. (Por un un poco más de un dólar se puede atravesar toda la ciudad haciendo trasbordos en varias estaciones.) Por suerte en éste trayecto conseguimos asiento y fuimos sentados. Son aproximadamente 45 minutos atravesando todo el norte de Bogotá, hasta llegar al terminal de busetas que salen para Zipaquirá, Cajica, Tocancipá y algunos pueblos de las cercanías. En el terminal, los buseteros (que también son medio abuseros) esperan con las unidades estacionadas de forma ordenada a que se llenen de pasajeros para partir, mientras el reggaetón,
vallenatos o la música norteña mexicana suena en la radio, lo que es aprovechando por vendedores ambulantes que se suben a ofrecer maní, papitas y cualquier otra golosina para engañar al hambre. Con este ambiente empieza otro viajecito bastante agradable, pasando por pequeños poblados, industrias, complejos turísticos, paraderos y un par de haciendas lecheras.
Bogotá - Buseta vallenatera en el terminal
A estas alturas del día el sueño y hambre hacían presa de nosotros, la conversación se tornaba algo aburrida
y los cabezazos somnolientos no se hicieron esperar, transcurría el viaje de una hora aproximadamente sin
problemas, salvo uno que otro bache que nos hacía despertar. Finalmente, llegamos a Zipa (diminutivo de Zipaquirá) como a la una y media de la tarde, en medio de una llovizna que amenazaba con convertirse en aguacero. Simpático el pueblito, con la misma estructura colonial española, es decir con su iglesia mayor, la plaza y los edificios importantes en el centro del pueblo, calles estrechas y casas antiguas.
Zipaquirá- Parque Central e Iglesia
La gente sencilla del pueblo mata el tiempo tomándose unas "pocholas" (léase bielas) en bares y cantinas,
los turistas almuerzan en algunos restaurantes de comida típica antes o después de subir a la catedral y uno que otro negocio ofrece artesanías en sal y souvenirs para los visitantes. El estómago reclamaba su parte y
entramos a un restaurante típico para saborear una deliciosa fritanga (plato compuesto por lomo de cerdo, chorizo, morcilla, papas y maduro fritos), acompañada de una pochola heladita, que fue la dosis justa para reponer fuerzas. También se recomiendan otras delicias como el ajiaco, el sancocho y los tamales, pero en cuestión de gustos, ud. amigo lector sabrá escoger con sabiduría.
Luego de dar buena cuenta de nuestro almuerzo, emprendimos camino a la Catedral de Sal, la misma que queda dentro de un complejo turístico en el que hay un parque temático, un par de museos y la antigua mina,
en cuyas entrañas un arquitecto medio zafado armó el proyecto y se construyó la nueva Catedral, que es considerada como una de las maravillas del mundo.
Zipaquirá - Detalle de la mina de sal
La catedral antigua queda en la parte superior de la montaña y el recorrido por la nueva que está en la parte
inferior y que está llena de sal, dura aproximadamente una hora con guía incluido, quien va contando la
historia y provee a los turistas de algunos datos interesantes como el que apenas un 30% de la mina está
en plena explotación, que respirar los gases llenos de sodio y azufre ayudan a curar enfermedades  respiratorias y alérgicas, que hace unos cuantos millones de años la zona era parte del océano que se congeló por una glaciación y que por el movimiento de las capas terráqueas se cubrió de tierra formando la montaña y que de la sal que se produce en la mina se sacan aproximadamente 2000 productos químicos diferentes. Dentro de la mina-catedral existen algunas esculturas y también se repiten las 14 estaciones del vía crucis, simbolizadas por cruces gigantes talladas en la roca salada e iluminadas por neones de colores, hay algunas cavidades talladas a mano dentro de la montaña y el altar mayor nos muestra una cruz
imponente que invita a la reflexión hasta al menos creyente.


Zipaquirá -Esculturas formando un nacimiento al interior de la Catedral de Sal
Dentro de la mina, se puede apreciar como "literalmente" la fe mueve montañas y la forma en que la religiosidad de los mineros rindió tributo a la pasión de Cristo, simbolizada en esta Catedral.
Saliendo de la mina, se pueden hacer las obligadas compras de recuerdos y artesanías en roca de sal, las cuales luego servirán para dar fe y evidencia de que uno estuvo ahí, un par de fotos para inmortalizar el momento, luego visitar el museo temático que explica el proceso de extracción de sal y para terminar una rápida vista al museo arqueológico que exhibe piezas en cerámica de algunas culturas pre-incásicas que se asentaron en los alrededores.

Zipaquirá - Monumento al Minero (Parque temático)

La lluvia amenazaba nuestro retorno, aligerando el paso, recorrimos el pueblito hasta llegar a la carretera,
como buenos latinos nos trepamos “al vuelo” en la buseta de regreso, y así entre vallenatos y cumbias como
música de fondo emprendimos el regreso hasta Bogotá, cómodamente parados y contentos de haber visitado un sitio que vale la pena conocer. Terminamos la "vuelta" subiéndonos a un taxi para llegar al hotel y haciendo esfuerzo con las justas logré meter los souvenirs y encargos en la maleta, agradecí al "chino" por la compañía y nos despedimos prometiendo volver a vernos pronto. Cargué las maletas y con la misma viada enfilé hacia el aeropuerto, haciendo el último citytour por una ciudad a la que siempre da gusto visitar.

Texto y Fotos: Rolotech (c) 2007